Dios nos habla por medio de nuestros sueños. Esta es una verdad tan antigua como la humanidad. Al referirme a Dios no lo hago desde una perspectiva religiosa, aunque yo profeso la mía en particular. Estimo, sin embargo, que más allá del concepto que podamos tener de él, Dios existe independientemente del nombre que le hayamos asignado (Yavé, Jehová, Alá, etc.). En ese contexto prefiero llamarlo “el Dios de cada uno”. La Biblia, el libro sagrado de la cristiandad, trae numerosos ejemplos de este tipo de comunicación de Dios con el hombre tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En ella vemos también la acción de dos personajes que se destacaron gracias al don que recibieron para interpretar los sueños. El primero fue José, el hijo de Jacob, quien interpretó los sueños de Faraón. El segundo, Daniel, reveló e interpretó los sueños de Nabucodonosor durante el exilio de las tribus de Israel en Babilonia. Por otro lado, algunos textos budistas y taoístas tratan el punto de manera similar. Entonces, no es una novedad afirmar que Dios le habla al hombre mediante los sueños.

Los sueños son un tema de mucha trascendencia en la sicología y la medicina. Constituyen, además, una arista fundamental del psicoanálisis. Sin embargo, debo aclarar que mi enfoque al respecto está desprovisto de teorías científicas porque no tengo formación académica al respecto. Sencillamente tengo un don que me permite descifrar las imágenes de los sueños e interpretar el mensaje que contienen. Tenía seis años cuando, por primera vez, interpreté un sueño. En ese momento, dada mi corta edad, no tenía conciencia lo que estaba haciendo pero lo que dije ocurrió exactamente según mis palabras. Sucedió una mañana cuando mi madre le contaba a una de mis tías lo que había soñado la noche anterior. Yo estaba cerca de ellas, escuché las palabras de mi madre y dije desprevenidamente que mi hermano menor, que era un bebé en ese momento, iba a sufrir un accidente. A cambio recibí un regaño pero en horas de la tarde de ese mismo día el niño resultó herido cuando el biberón de vidrio se rompió al caer de sus maños. A partir de ese momento, hasta el presente, sé que tengo la capacidad de interpretar los sueños. Puedo hacerlo, como lo dije al principio, sin haber estudiado ni investigado nada al respecto y no es posible para mí explicar cómo lo hago. Solo sé que cuando escucho o leo la narración de un sueño, en mi cerebro se van formando unas imágenes, como si fuera una película, que me muestran lo que está ocurriendo con ese soñador. Por eso considero mi deber aclarar que sobre el tema solo hablo de lo que he vivido, de lo que he sentido y de lo que he comprobado.

Mi experiencia me permite afirmar de manera categórica que no existen códigos preestablecidos para interpretar los sueños. En consecuencia, no reconozco autoridad alguna en este sentido a los famosos “diccionarios de sueños”. Quienes los escriben pueden estar inspirados por sus buenas intenciones pero conducen a los lectores por caminos equivocados porque los mensajes de los sueños son exclusivos para el soñador. Por eso no es posible decir de manera generalizada, por ejemplo, que “soñar con un muerto significa que alguien se va a casar” y otras cosas por el estilo. Lo he comprobado con el auditorio en las conferencias que dicto. Lanzo al aire una pregunta relacionada con algunos de los sueños más comunes como puede ser “¿quiénes han soñado que se les cayeron los dientes?” Muchas personas levantan la mano y cada una me va contando su sueño. Al final, todos se dan cuenta que a pesar de haber soñado que sus dientes se les caían el mensaje era diferente para cada uno. Es muy importante que todos tengan claridad al respecto para que no se dejen desorientar por mitos socialmente establecidos y sepan que los sueños contienen mensajes directos y exclusivos para cada quien. Además, ellos identifican la situación particular que viven las personas individualmente consideradas. En conclusión, no existen códigos universales que faciliten la interpretación de los sueños partiendo de rígidas simbologías generales.

Es frecuente que muchas veces, al despertar, no se recuerde la totalidad de un sueño. Sin embargo, en la mente quedan retazos que contienen escenas impactantes. Pues bien, en esas imágenes está el mensaje del sueño. No es necesario, entonces, recordar el sueño completo para saber lo que Dios quiere decirnos por su intermedio. También con frecuencia sucede que, al volver a la vigilia, el sueño se nos borró por completo. Más aun, son numerosas las personas que me dicen “yo nunca sueño”. Eso no es cierto. Todos soñamos y lo hacemos todos los días. Lo que pasa es que bloqueamos los sueños, por eso no se recuerdan, pero en el momento en que el mensaje sea necesario porque, por ejemplo, contiene la prevención sobre un peligro, lo vamos a recordar. En ese instante debemos seguir el mensaje y llevarlo a la práctica. Sin embargo, aquí es necesario tener en cuenta la regla de oro: en ejercicio de nuestro libre albedrío podemos aceptar o rechazar lo que Dios nos dice. Él no nos obliga, nos advierte. Cada uno resuelve lo que quiere hacer y en cada caso asume las consecuencias.

Candy Delgado

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