El amor parental no debe discriminar. Los hijos no son iguales en sus virtudes y cualidades. Por eso en medio de las diferencias no se deben establecer preferencias; las consecuencias de la marginación son, irremediablemente, la envidia y el odio de un hermano hacia el otro. Al final, los resultados pueden ser fatales.
En esta oportunidad les traigo otra historia inspirada en hechos de la vida real, se titula “La sombra de mi hermano”. Espero que los padres que pudieran estar incurriendo en este tipo de actitud equivocada asuman los cambios necesarios para equilibrar la relación con sus hijos. Todos se deben querer por igual sin tener en cuenta si alguno sobresale por sus logros en determinada actividad. Ese hecho no significa que sea mejor que los demás. Cada uno tiene sus propios méritos.
Manuel y Enrique eran hermanos. Manuel era dos años mayor pero Enrique, desde niño, lo superaba en madurez e inteligencia; por eso, muchas veces, tomaba decisiones por ambos cuando lo consideraba necesario. Manuel, por su parte, aceptaba sin cuestionar las resoluciones de su hermano.
En apariencia la vida de los dos hermanos discurría con normalidad. Sin embargo, Manuel, sintiéndose inferior, se llenaba día a día de odio contra Enrique. Sus padres siempre hablaban de su hijo menor con orgullo y satisfacción. Ante sus amistades destacaban sus cualidades de estudiante aplicado; los resultados escolares de Enrique eran excelentes. Además, sus maestros hacían encomio de sus virtudes como deportista y compañero solidario.
Manuel se sentía humillado. En su interior consideraba injustos los elogios de que era objeto su hermano. El rencor nublaba su capacidad de juicio y la envidia hacia él crecía con el paso del tiempo. Al cabo de los años los niños se transformaron en adultos pero el resentimiento de Manuel permaneció intacto.
Enrique fue a la universidad y se graduó de administrador de empresas. Después se dedicó al comercio. El éxito fue una constante en su vida y su nombre se mencionaba frecuentemente en los medios para destacar sus logros como hombre de negocios y las obras sociales a las que aportaba parte de sus utilidades. Manuel, en cambio, decidió abandonar la universidad. No quiso seguir estudiando y buscó distintos empleos en actividades poco calificadas pero no duraba mucho en ninguna parte. Sin embargo, a pesar de sus fracasos, Enrique le brindaba apoyo económico para que no pasara necesidades. Esta actitud benevolente y solidaria, en lugar de inspirar agradecimiento en Manuel, exacerbaba el odio contra su hermano. Por eso decidió matarlo y empezó a planear la manera de ejecutar su macabro plan.
Un día Manuel invitó a Enrique a un paseo familiar. Enrique aceptó emocionado porque esa actitud cordial era extraña en su hermano. Pensó que tal vez la madurez había llegado a la vida de Manuel y con ella la cordialidad fraterna que debía existir entre ellos.
Llegado el día y la hora convenidos se trasladaron a la finca de sus padres en compañía de algunos amigos y otros miembros de la familia. Después de instalarse adecuadamente, se organizaron para compartir juegos y otras actividades recreativas. Todos se divertían como niños. Enrique estaba feliz porque sentía que la relación con su hermano entraba en una nueva etapa. Estaba convencido de que a partir de ese día todo cambiaría en sus vidas. No estaba equivocado, pero el cambio que se avecinaba no era como Enrique se lo imaginaba.
Después del almuerzo Manuel invitó a Enrique a cabalgar. Éste aceptó gustoso y, luego de ensillar sendas monturas, se alejaron del lugar donde estaban los demás. Por el camino, mientras los corceles trotaban con paso ligero, Manuel empezó a recriminar a su hermano. Comenzó acusándolo de haberle quitado el amor de sus padres y el de la mujer que quiso más que a nadie. También le reclamó la pérdida de supuestas oportunidades que no pudo aprovechar porque él estaba atravesado en el camino. Le dijo muchas cosas más que sorprendieron a Enrique y lo llenaron de dolor. Enrique intentó calmarlo diciéndole que estaba equivocado. Con vehemencia agregó que lo amaba mucho porque era su único hermano. Sin embargo, sus palabras no convencieron a Manuel.
Segundos después, en una inesperada reacción, Manuel fustigó con un látigo la grupa del caballo de Enrique y el animal corrió desbocado. El sendero por donde transitaban desembocaba en un despeñadero de gran altura. Hombre y bestia cayeron al vacío y murieron en el acto.
Manuel regresó compungido al lugar donde estaba el resto del grupo y con mucha tristeza comunicó la noticia: Enrique había muerto en un accidente cuando su caballo, extrañamente, enloqueció de repente y corrió sin parar hasta caer al abismo.
Todos quedaron sumidos en un gran pesar. Enrique era admirado y querido por sus familiares y amigos. Su pérdida era irreparable. Solo Manuel esbozaba una sonrisa a pesar de la aparente aflicción que lo embargaba.
Al tercer día después de la muerte de su hermano, Manuel saboreaba una taza de café sentado en un sofá en el estudio de su apartamento. Sus ojos miraban fijamente la pared pero no enfocaban un punto concreto. Estaba abstraído. De pronto reaccionó. El paso fugaz de una sombra llamó su atención. Movió su cabeza buscando el objeto de su inquietud pero no vio nada. Sin embargo, la voz de Enrique se escuchó con claridad: “Manuel, querido hermano, ¿estás bien? Aquí estoy para ayudarte si me necesitas.”
A partir de ese momento Manuel perdió la razón. En el manicomio donde está recluido dicen que todos los días corre despavorido por su habitación huyendo de un perseguidor invisible y gritando a todo pulmón: “auxilio, ayúdenme, la sombra de mi hermano no me deja en paz.”
COLETILLA.- Los invito a escucharme por la emisora Melodía Stereo 730 AM en el programa EL MUNDO DE LOS SUEÑOS que se emite de 2:00 p.m. a 2:30 p.m. También podrán sintonizarlo por la página web www.cadenamelodia.com. Están cordialmente invitados a participar con sus llamadas a los teléfonos 3230077 y 3230088 durante la emisión del programa e interpretaré sus sueños.
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