A raíz de los recientes y trágicos sucesos que han llenado de luto y pesar a todo el país, muchos allegados me han escrito comentándome su estupor por la insensatez de las causas de tales hechos. Me refiero al accidente aéreo cerca al aeropuerto de Rionegro en el que perecieron la mayoría de los tripulantes de la aeronave, los jugadores del equipo brasileño de fútbol Chapecoense, directivos del mismo y periodistas. También al execrable crimen del que fue víctima hace dos días una inocente niña de siete años a manos (según los indicios probatorios recaudados por las autoridades competentes) de un “prestante” miembro de la sociedad bogotana.
En el primero de los casos mencionados, el accidente aéreo, la causa inmediata de tal hecho fue el necio propósito del piloto de ahorrarse unos pesos “economizando” el combustible necesario para volar con suficiencia hasta su destino. Sus cálculos fallaron y solamente al final, cuando fue evidente que la gasolina de los tanques del avión se había agotado, decidió declararse en emergencia. Pero ya era tarde y el desenlace fatal inminente. Se perdieron setenta y una vidas incluida la del comandante de la nave. ¿Y el dinero? Se supone que quienes comandan vuelos chárteres deben pagar en efectivo las diferentes asistencias que reciben. Debió perderse también junto con la vida de los confiados pasajeros.
¿Quién responde por el accidente de ese avión? Indudablemente el principal responsable es el piloto. Impulsado por su deseo de aumentar la utilidad del viaje arriesgó al máximo su posibilidad de aterrizar con un mínimo de combustible. Y perdió la apuesta. Pero también son responsables las autoridades aeronáuticas que debieron ser más rigurosas al revisar y autorizar el plan de vuelo.
La gran enseñanza de este lamentable hecho es que nuestras vidas (de todos) permanentemente están en manos de personas irresponsables. Como ejemplos tenemos edificios que se caen por la utilización de materiales deficientes o de segunda mano, accidentes de tránsito causados por falta de una adecuada revisión técnica, paseos de la muerte entre hospitales porque todos se niegan a atender al paciente aduciendo que no les corresponde. Le ley es letra muerta porque los encargados de aplicarla le retuercen el cuello entregándose en manos del mejor postor. ¿Y quién responde? Las investigaciones exhaustivas casi siempre terminan diluidas por el paso del tiempo y los implicados absueltos por prescripción de términos o insuficiencia de pruebas. De vez en cuando la cabeza de alguno se exhibe en la picota pública para demostrar que la justicia a veces triunfa. Esa es la realidad.
El segundo hecho, el asesinato de la niña, me llenó de mucho dolor como madre y abuela que soy. No hay justificación alguna para que alguien haya torturado, violado y asesinado a una criatura absolutamente indefensa. Todos estamos de acuerdo en que el responsable de ese crimen atroz pague el máximo de pena que contemple la ley. No debe haber atenuante alguno a su favor. Sin embargo, si bien es cierto que la responsabilidad penal debe recaer sobre él como autor del delito, creo que hay otra responsabilidad de tipo social que recae sobre las personas que tuvieron a su cargo la formación de ese sujeto. Por eso me pregunto ¿qué clase de educación en valores recibió en su casa? ¿Qué ejemplos recibió? ¿Acaso creció creyendo que por pertenecer a una familia “de bien” y adinerada tenía derecho a hacer lo que le diera la gana? No quiero cuestionar a nadie en particular pero mi opinión es que los sujetos capaces de cometer esas ignominias no enloquecen de un momento a otro sino que responden a un largo proceso de incidencia de factores entre los cuales las drogas y el alcohol pueden, simplemente, ser los detonantes de una personalidad distorsionada por la escasez de valores. Para que un ser humano crezca sano en términos emocionales requiere de una educación hogareña en la que el respeto a la autoridad paterna esté implícito en el amor que recibe como contrapartida. Complacer sin límite a un hijo es la mejor manera de empollar a un futuro delincuente. Ejemplos de esta situación han ocurrido en muchos en los casos judiciales más publicitados por los medios en los últimos tiempos. Siempre hay un “niño bien” involucrado en un hecho delictuoso que lamentablemente dejó víctimas inocentes. ¿Y quién responde? El dinero de su familia puede atenuar los efectos del caso pero el hecho demuestra que nuestros hijos y nietos están creciendo en una sociedad enferma donde los padres no educan porque piensan que eso es responsabilidad de los colegios, los profesores solo transmiten conocimientos porque no pueden hacer más, la disciplina atenta contra el libre desarrollo de la personalidad, Dios fue sacado a sombrerazos de las escuelas porque vivimos en un estado laico. En fin, la libertad se convirtió en libertinaje y el éxito se mide por la cantidad de dinero que cada uno pueda acumular sin importar cómo. Las universidades son fábricas de profesionales que después salen en desmedida carrera a llenar sus bolsillos donde quiera que les toque. Al dios dinero se le rinde culto por doquier. Tanto es así que muchos padres de ahora solo desean que sus hijos jueguen bien al fútbol con la esperanza de que el Real Madrid o el Barcelona los contraten y así resuelvan el problema económico de la familia. Ojo, toda la sociedad en que nos desenvolvemos es responsable de este estado de cosas.
Aplaudo al presidente de la república cuando en alocución pública pidió un severo castigo para el responsable del crimen de la niña. No creo que haya un solo colombiano que esté en desacuerdo con esa petición. Sin embargo, señor presidente, quisiera preguntarle ¿Por qué no pide lo mismo para los responsables de múltiples violaciones y asesinatos de las que fueron víctimas niñas anónimas campesinas ajenas al fragor de la violencia que ha sacudido y aún sacude a este país? Yo creo que esos crímenes son iguales de dolorosos para sus familias y la sociedad como el de la niña de Bogotá. ¿Acaso esos crímenes tuvieron una motivación política? Entiendo que la paz es un fin que todos queremos pero ese fin no puede justiciar que se utilice la impunidad como medio para reconciliarnos con los autores de esas atrocidades. Sin embargo, la decisión está tomada. Usted recibirá el Nobel de la Paz y los colombianos daremos la bienvenida a quienes causaron tanto daño a personas ajenas a la guerra. Es mi costumbre enseñar que el perdón es un acto de amor. No obstante, hay que dejar en claro que el perdón no está en contraposición con la justicia. Además, no hay error sin consecuencia y cada uno de esos señores debe asumir la propia. Si no es así ¿Quién responde?
Las situaciones expuestas en los párrafos anteriores me conducen a una conclusión: todos, sin excepción, debemos asumir con valor las responsabilidades que nos correspondan de acuerdo al rol que desempeñemos, bien como padres dentro del hogar, como jefes o subordinados en el trabajo, o como simples ciudadanos ante un hecho que presenciemos y que afecte a la comunidad. De lo contrario, si delegamos indebidamente en otro esa autoridad, o por temor o conveniencia dejamos de cumplirla a cabalidad, además de padecer las consecuencias que se deriven de ese hecho, nuestra dignidad quedará en entredicho por cobardía o venalidad. La dignidad no se negocia y menos a cambio de dinero.
El caso más aberrante que conozco de cobardía para esquivar una responsabilidad es el de Poncio Pilato en el juicio contra Jesús de Nazaret. Después de tramitado el juicio ante él como procurador romano, Pilato concluyó que el reo era inocente porque no significaba un peligro ni militar ni político contra Roma porque sus escasos seguidores eran judíos humildes y desarmados que huyeron cuando su jefe fue capturado. Además, según Jesús su reino no era de este mundo sino del otro. Es decir, no había cometido rebelión alguna contra el imperio. El problema era entre judíos. Pilato tenía la autoridad para absolver al reo y decretar su libertad. Además, como gobernador tenía la autoridad para liberar un prisionero como era costumbre en la pascua judía. Sin embargo, para no comprometerse, decidió dejar la sentencia en manos de la multitud y convocó un “plebiscito” sin antecedentes en un sistema político imperial. Lo hizo convencido que el pueblo escogería a Jesús, un inocente, y no a Barrabás, un reconocido delincuente. Pero fallaron sus cálculos. Contras sus pronósticos el pueblo pidió la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. Un caso extraño porque seguramente entre la multitud había muchos de los que días antes vitorearon su entrada a Jerusalén. Tal vez algunos hasta presenciaron sus milagros. A pesar de todo, la decisión fue implacable e inapelable. Por eso Pilato decidió lavarse las manos para dejar constancia de que la responsabilidad de la muerte de Jesús no era de él sino de los judíos. No hay constancia histórica alguna relacionada con la compra de votos o el reparto de mermelada de la época pero el resultado fue sospechoso. No se debe olvidar que “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”.