La Semana Santa es una de las épocas del año que muchas personas escogen para hacer un balance de su vida personal. La oportunidad es propicia para esa actividad porque se trata de los días en los cuales se conmemora la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. En ella se revive la traición de Judas Iscariote, uno de sus fieles seguidores; la cobardía de Pedro, el principal de sus apóstoles, quien lo negó tres veces después de su captura; la actitud pusilánime de Poncio Pilato, el procurador romano que lo juzgó y condenó a sabiendas de su inocencia, y las burlas y el trato vil que recibió de su propio pueblo azuzado por el Sanedrín.
Rememorar todos esos hechos, incluso por medio de películas y representaciones teatrales, no puede ser un simple repaso de los Evangelios. Debe ser también la ocasión para que examinemos nuestro interior con el fin de revisar si dentro de nosotros existe un Judas, un Pedro o un Pilato. Seguramente nunca hemos llegado al extremo de esos personajes. Pero es muy probable que en algún momento de nuestras vidas hayamos traicionado a alguien, negamos a una persona amada o permitimos, a sabiendas, que se cometiera una injusticia contra un inocente.
Este ejercicio no tiene como fin que elevemos un pliego de cargos contra nosotros mismos. No persigue que arribemos a la conclusión de que somos seres despreciables por las muchas culpas que cargamos sobre nuestras conciencias. Solo se trata de asumir con honestidad y mucha responsabilidad que somos débiles e imperfectos pero susceptibles de crecer como personas corrigiendo los errores en los que estamos incurriendo.
Por eso la conmemoración de la pasión y muerte de Jesús no puede ser un hecho que acontezca y nos deje indiferentes ante nuestros defectos. Es la mejor oportunidad para tomar conciencia de ellos e iniciar la tarea de corregirlos mediante un sincero propósito de enmienda. Esa es una tarea individual que requiere una gran dosis de humildad, amor propio y obediencia a la voluntad de Dios.
He dicho en muchas oportunidades que los sueños son el medio que utiliza Dios para guiar y aconsejar a los seres humanos de manera directa. Por eso sus mensajes siempre se refieren a la situación que está viviendo la persona que sueña. Esa es la razón por la cual frecuentemente he dicho en este programa que si deseamos consultar la voluntad divina para saber qué debemos hacer para resolver un problema o tomar una decisión, solo tenemos que pedirle, antes de dormir, que nos envíe en sueños ese mensaje que necesitamos.
En esta Semana Santa, además, debemos pedirle que nos ayude a superar esos defectos y errores que, posiblemente, nos están llevando a ser injustos con nuestra pareja, familiares o amigos. Ninguno quiere llevar dentro de sí un Judas, las actitudes negativas de Pedro o la conciencia de haber condenado a un inocente, como Pilato.