El último día del año calendario repercute de manera especial en el ánimo de muchas personas. Unos se alegran por los logros conseguidos y las metas superadas durante el año que termina, o por acontecimientos significativos como haber hallado pareja, el nacimiento de un hijo y otros que dejan una huella que puede ser imborrable por el resto de la vida. Algunas más, al contrario de aquellas, se sumen en la tristeza por los episodios dolorosos que sucedieron en el año como pueden ser la muerte de un ser querido, la quiebra de un negocio, la pérdida del empleo, la separación o el divorcio con su pareja y otros por el estilo.

Al cabo del año, generalmente, cada quien elabora un balance de su vida durante ese corto período para calificarlo como bueno o malo de la misma manera que las empresas confeccionan los suyos para evaluar su ejercicio económico. Esa verificación es positiva en la medida en que permite estimar los aciertos y los errores consumados en los doce meses precedentes. Pero la consecuencia de ese examen no puede ser un estado de ánimo desbordado de alegría, si fueron buenos los resultados, ni una aflicción absoluta en caso contrario. Se debe tener presente que la vida sigue y habrá que enfrentar nuevos retos y asumir los riesgos propios de la aventura que implica peregrinar por este mundo.

Nada es definitivo en la vida. Las situaciones buenas y malas van y vienen. Fracasar en una actividad, cualquiera que sea, no significa el fin del camino. Al contrario, es la señal indicativa de que es necesario tomar otro rumbo para llegar al destino final. Un divorcio puede significar simplemente que la persona equivocada se marchó de nuestra vida para ceder el lugar que ocupaba a la persona indicada que en algún momento llegará. Y tal vez la realidad más dura de aceptar para casi todas las personas es que nuestros seres queridos -y nosotros mismos por supuesto-, no son eternos. Nadie desea perder a una persona amada. Pero la vida es transitoria, es una especie de préstamo que recibimos el cual debemos devolver a veces en momentos inesperados.

Tampoco la vida es justa. Unos nacen en cuna de oro y otros son abandonados en un basurero porque sus madres no quieren tenerlos pero sobreviven gracias a la intervención de la Divina Providencia. Por eso es un sinsentido hacerle reclamos a Dios como el del autor de la canción Plegaria Vallenata cuando dice: “Óyeme Diosito Santo tú de aritmética nada sabías, dime por qué la platica tú la repartiste tan mal repartida..” Tampoco el reparto de la inteligencia fue igual. Unos son genios con un coeficiente intelectual desbordado y otros perfectos mentecatos. La esencia de la vida radica en la lucha por la superación, no solo la personal, también la relacionada con el medio y la sociedad.

El día final del año calendario es un día más como cualquier otro. Las fiestas de celebración la noche del 31 de diciembre son solamente un evento social para dar la bienvenida al año que comienza. Pero la transición entre un año y otro no puede impactar nuestras vidas de un modo diferente. Hay que seguir el camino después de los abrazos y los deseos de un feliz año nuevo a los allegados. No se debe olvidar que el verdadero año nuevo de cada persona comienza con la fecha de su cumpleaños. A partir de ahí sí vale la pena sopesar lo que ha sido nuestra vida y lo que queremos que sea hacia el futuro. Ese balance es individual y muy íntimo. Y es el que verdaderamente nos va a arrojar resultados reales para que sepamos en qué punto del viaje nos encontramos. Lo que debe seguir será el producto de nuestras decisiones.

De todos modos, quienes deseen saber qué les espera en los doce meses del año que empieza el 1 de enero, deben pedirle a Dios que los guíe en sus sueños. Con seguridad durante la primera semana del año recibirán los mensajes que les indicarán las decisiones que deben tomar para que marchen por la senda correcta.

Dios los bendiga y siempre los ilumine y los guíe.

Feliz Año Nuevo.

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